lunes, 10 de septiembre de 2012

Elogio al Jabón Rey




Te conozco
desde que me conozco.

Toda mi vida has estado ahí,
Jabón Rey.

Entero en alguna alacena,
hecho un palito reseco
en un lavadero de granito,
derretido y baboso
en una ponchera,
medio no más,
en la ducha de mi casa.

Jabón Rey,
tú lavabas
el barro seco pegado
a los pantalones largos
de mis hermanos.

Tú borrabas
de sus camisas
de muchachos
los primeros olores
a sudor de hombres.

Te llevabas discreto,
Jabón Rey,
los trazos
de sus sueños eróticos
en los pantaloncillos.

Eras tú,
el que 
después de una noche de remojo
al sereno
devolvía la blancura
a los cuellos
de las camisas de mi papá.

Reinventabas,
Jabón Rey,
el blanco
de nuestras medias
curtidas.

Borrabas los rastros
de los amores de mis padres
en las sábanas
de su cama doble,
y sacabas los chorreados
de mis uniformes
del colegio.

Hacías nuevos cada vez
los tenis Croydon
de la clase de gimnasia,
Jabón Rey.

Contigo lavé
mis calzones
cuando llegó
la primera menstruación
y tu espuma azul y blanca
me ayudaron a diluir
el desconcierto
ante aquellas manchas rojas
tan extrañas,
tan ajenas.

Los pañales de tela
de mis hermanitas
tu purificabas Jabón Rey,
tú y el agua generosa
que dejaban
un olor a cebo
limpio y perfumado.

Los delantales
de las muchachas
de servicio
tu despercudías
y gastabas
sus telas
como ellas 
se gastaban
cepillando pisos
para nosotros.

Jabón Rey,
que estás en nuestras casas
desde siempre:
quédate con nosotros
mientras tengamos que lavar
y lavarnos.

O sea siempre.

Toronjil,  enero 2009

Ardilla sin alas



Ardilla sin alas,
voladora.

¿Cómo puedes saber que la rama
a la que saltas,
en azarosa elección,
allá en lo alto,
no se doblará ante tu peso?

¿Son siempre los mismos
los caminos que recorres?

¿Qué mapa invisible
guía tus patas y tu cola
para hacerte
una pequeña gacela
de las ramas?

Esa veloz gracia
yo la quisiera
para andar por el mundo
sin dar tumbos,
para saber en cada instante
lo que quiero,
para moverme entre los días y las horas
como tú, ardillita,
por el cielo.


Toronjil, diciembre 2008

domingo, 9 de septiembre de 2012

Como un día que comienza


Este hombre
nunca será para mí.
Puedo mirarlo
como
se mira un cometa
atravezando el cielo.
Puedo tenerlo entre
mis brazos
como se tiene
al viento.
Puedo paladear
sus palabras
de amor
cuando
se han ido.
No sé
si las soñé
o si de veras las dijo.
Con él
lo único que sirve
es el desasimiento.
Y no esperar nada,
y estar abierta
como un día
que comienza.
Es inasible.
Impredecible.
Oscuro.
Luminoso.
Silencioso.
Se calla semanas enteras
y cuando menos
lo espero
me dice que me ama.
Si le respondo
ilusionada
ya está en otro lado.
Nunca sé
donde se encuentra.
El sitio más seguro
para hallarlo
es mi corazón,
donde a mordiscos
el sufrimiento
le ha hecho
una casa.